viernes, agosto 11, 2006

Un hombre bueno.

Una enfermedad contagiosa: el ser un hombre honrado.


Era un buen profesional, militar de carrera, había llegado por méritos propios a coronel, pero era padre de familia numerosa y tenía que ajustar la economía para llegar a final de mes. Unos amigos le propusieron un atajo: que se hiciese masón, que ahí habría amigos que le arroparían y le darían el ascenso para el que estaba propuesto.

Consultó con su mujer; y se dijeron, si tienes méritos que te lo den sin ataduras que luego te pueden complicar; si no te lo dan Dios proveerá. Y Dios previó. Estudió la carrera de aparejadores, ejerció esa profesión y obtuvo así un honrado sobresueldo.

Siguiente generación: Hay que decidir un concurso público; la mejor oferta es evidente. El técnico debe informar, pero recibe presiones.

También en ese caso consultó con su mujer: obra en conciencia, Dios proveerá. También había detrás una familia numerosa. La adjudicación se hizo a la mejor oferta. La amenaza: mientras yo esté aquí usted no ascenderá. Ciertamente no ascendió, pero la providencia intervino y la familia salió adelante.

Tercera generación: Es preciso informar sobre los daños de una catástrofe natural. Recibe presiones para informar achacando la culpabilidad a una entidad muy solvente. Los cálculos muestran que el fenómeno era extraordinario y la actuación fue la correcta. Aquí sólo hubo que consultar directamente con la propia conciencia. Dios previó y siguió estando como persona de confianza en la empresa.

Otro, dentro de esa tercera generación ha decidido no acudir a concursos que tengan como resultado el pago de comisiones. También Dios previó y no necesita esos contratos para sacar adelante su ya numerosa familia.

Una enfermedad contagiosa, esa la de la conciencia. Y un resultado siempre seguro, la tranquilidad del alma, la solidez de la persona y un Dios que nunca defrauda y siempre protege.

frid

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