sábado, septiembre 30, 2006

A qué dedica su dinero el Vaticano. Artículo de J. E. Mújica


LA OTRA CARA DEL AMOR
J.E. MÚJICA



El libro del record guinnes 2005 coloca al Estado Vaticano como el país con la renta per cápita más elevada del planeta, como el país al que más dinero entra. Y es verdad. En un espacio de 44 hectáreas, con una población de unos 900 habitantes y con tanta afluencia turística, no podía ser de otra manera. Lo que no dice el libro es que los religiosos y religiosas, los obispos, cardenales y guardias suizos que allí viven, no se gastan el dinero en bares, viajes de placer o casinos. Tampoco dice que, comparando las dimensiones respecto a otras naciones, es el país del globo terráqueo del que más dinero sale (y no precisamente para inversiones comerciales). A través de instituciones, neta y abiertamente católicas, como Caritas o Ayuda a la iglesia necesitada (AIN) reciben apoyo, en primera persona, millones de seres humanos que padecen hambre y enfermedad.

La carta encíclica de Benedicto XVI, «Dios es amor», en su segunda parte, toca un aspecto que muy a menudo se olvida y que, no obstante, constituye la médula manifiesta, la aplicación práctica, el gesto palpable del mandamiento del amor: es el servicio desinteresado de miles de almas calladas, de corazones generosos, de caracteres fuertes, de consagrados convencidos de su llamado a evidenciar el rostro amante de Dios. Es la dádiva generosa de hombres y mujeres, religiosos y seglares, que un día decidieron inmolarse en la salvación de otras vidas que se abatían en los suburbios paupérrimos de las grandes ciudades y en el olvido aberrante de los países abandonados, en aquellos lugares donde la guerra y la miseria son el pan diario. Hombres y mujeres que, como cualquier ser humano, hubiesen preferido envejecer entre los suyos, disfrutando de las ventajas de una vida más o menos estable, pero que respondieron sin contestar a su vocación.

Han ofrecido su vida para revelar el amor de Dios. Sin ellos el mundo se colapsaría en una hecatombe de necesidades que sólo a través de su labor silenciosa que es, a fin de cuentas, la de la Iglesia, se logran cubrir. Son centinelas del llanto ajeno. Si mañana desertaran de su misión, la noche se proyectaría sobre el mundo. Como dijo un joven escritor español: «Seguimos vivos porque el fuego que los enardece no declina su llama».

Lo que no compra el dinero: la paz, el saberse queridos y valorados por alguien, por los hombres y mujeres, religiosos y seglares católicos que mueren dando la vida desinteresadamente por el prójimo, lo regala el amor. «Dad gratis lo que gratis recibisteis», y así lo hacen. Más del 80% de los enfermos ter¬minales por causa del SIDA mueren amparados por el amor y la paciencia de su compañía. Más del 60% de los des¬heredados del mundo viven ayudados por el amor de estos centinelas de la caridad. En sociedades y culturas ajenas, en condiciones difíciles, con padecimientos arduos... allí están. Esa es la otra cara del amor. La que muchos no quieren ver y la otros sí reconocemos. El fuego milenario del mandamiento nuevo arde en las almas, en los corazones de esos lazarillos del prójimo, de esos que ven en el pobre, en el oprimido, en el abandonado, en el enfermo y los desheredados a un verdaderos hermanos a quienes dan lo fundamental: su amor, el afecto, su vida.. Con razón dice el Papa en el número 25 b de su carta encíclica: «La iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario», y esto no se nos puede olvidar.

Jorge Enrique Mújica

J. E. Mújica nos habla de los primeros cristianos, tan actuales.


COMO EN LOS INICIOS
J.E. MÚJICA


A través de los siglos el esplendor de la fe cristiana ha irradiado su luz por todas las latitudes del orbe. La hoguera milenaria de la Iglesia de Cristo es un fuego vivo en todo rincón de la tierra. Comunidades, grandes y pequeñas, han heredado la maravilla de la verdad del amor que libera al hombre. La fe en Cristo se ha instaurado en las más variadas sociedades y culturas con la nítida potencia, con el suave esplendor de la fuerza transformante del reconocer que el amor, como forma de vida, como actitud ante el prójimo, transfigura las estructuras y sienta las bases de un equilibrio donde el hombre es realmente tal.

El cristianismo se ha impuesto dócilmente con el ímpetu avasallador de la paz y la verdad. A base de martirio y ejemplos de vida santas. Lo que otras religiones han logrado a base de violencia, imposiciones e intromisión, el cristianismo lo ha alcanzado con la aceptación oblativa de la vida de los suyos en honor a la verdad... Parecen lejanos aquellos tiempos en que las persecuciones abiertamente declaradas eran un hecho habitual. Parecen lejanos aquellos tiempos en que los cuerpos de los cristianos se convertían en antorchas humanas que iluminaban las noches de Roma. Parecen lejanos aquellos días en que la vida de los cristianos se extinguía ante el hambre de las fieras salvajes en el Coliseo. Parecen lejanos esos días y, sin embargo, no lo son.

Por increíble que resulte, hoy por hoy, millones de hombres y mujeres, de niños y ancianos, creyentes en la verdad liberalizadora y transformante del amor de Cristo, mueren presas del odio a su fe o son relegados de la vida pública a causa de ésta. Son los mártires de la contemporaneidad. Son los cristianos del presente. Viven en países donde la libertad es una quimera, donde el totalitarismo ideológico ha suplido la opción deliberativa del individuo; donde el absolutismo del relativismo, del agnosticismo o el ateísmo viola las entrañas mismas de la conciencia humana.

Son los cristianos de nuestro tiempo, nuestros hermanos de la fe hecha vida y testimonio. Están en lugares donde se detesta la verdad que ellos conocen, que ellos poseen porque la han encontrado. Se hallan en medio de sociedades beligerantes que no toleran la diversidad de creencias y no son capaces de comprender que si no se teme a que la verdad brille, si se cree poseer el esplendor de la verdad, a ello se llega casi por consecuencia y no por imposición. Así, día a día, mueren decenas presas del odio y la injusticia. Su muerte es el silencio de los piadosos.

Mas no son sólo esas las formas únicas de persecuciones imperantes en nuestra sociedad moderna. No son hechos aislados y aplicables a un cerco de países orientales entre los que destacan China, Corea del Norte, Pakistán, Afganistán, Arabia Saudí, India o Sudán. En occidente ha crecido el bacilo de la intolerancia enmascarada, de la renuncia a la evidencia de unos orígenes que por más que se nieguen se imponen empíricamente. Es el sectarismo de la cacería «civilizada». A los que han optado por un mundo mejor se les cortan las alas que les ayudan a volar para conseguirlo. Son cristianos que quieren que la verdad resplandezca, que el hombre sea hombre y, en consecuencia, más humano. No tienen pretensiones que no sean lícitas y naturales y sin embargo se les relega de la vida pública, se les prohíbe su fe, les roban sus símbolos, les ultrajan sus sentimientos en favor de la libertad de otros que atentan contra el sentir religioso más extendido, contra la razón de ser, contra el alma de un continente, de una civilización: la fe en Cristo.

Los cristianos no pueden manifestarse contrarios a la corriente ideológica en boga: si condenan el aborto, pues saben que es un homicidio, un asesinato, atentan contra la libertad de la mujer, se meten en la vida privada del prójimo y, falazmente, se les califica de «mochos» o anticuados.

miércoles, septiembre 27, 2006

TOMAS APOSTOL: DETERMINACION EN SEGUIR A JESUS


CIUDAD DEL VATICANO, 27 SEP 2006 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles al apóstol Tomás. La audiencia se celebró en la Plaza de San Pedro y contó con la presencia de 30.000 personas.

La personalidad de Tomás se caracteriza, explicó el Papa, "por su determinación en seguir al Maestro" y puso como ejemplo la exhortación del apóstol a sus compañeros a acompañar a Jesús a Jerusalén sabiendo cual era el peligro que corrían. Esta determinación "revela la disponibilidad total en la adhesión a Jesús hasta identificar la propia suerte con la suya. (...) La vida cristiana se define como una vida (...) que se transcurre junto a Jesús".

Tomás interviene también en la Última Cena, cuando pregunta a Cristo qué camino deben tomar para compartir su destino porque no lo conocen, y Jesús le responde: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". "Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras -dijo el Santo Padre- podemos sentirnos idealmente al lado de Tomás e imaginar que el Señor nos habla así como le habló. Al mismo tiempo su pregunta nos confiere el derecho, por decirlo así, de pedir explicaciones a Jesús. Expresamos así la limitación de nuestra capacidad de entendimiento, pero al mismo tiempo adoptamos la actitud confiada de quien espera luz y fuerza de quien puede dárselas".

La escena más conocida de Tomás es la de su incredulidad, cuando el apóstol dice a Jesús resucitado que no lo reconocerá si no mete la mano en la llaga de su costado. "En el fondo de estas palabras brota la convicción de que Jesús sea ya reconocible no tanto por el rostro sino por las llagas. Tomás piensa que los signos de identidad de Jesús sean sobre todo las llagas, que revelan hasta qué punto nos amó. En esto el apóstol no se equivocaba".

"El caso del apóstol Tomás -subrayó Benedicto XVI- es importante para nosotros por tres razones: nos consuela en nuestra inseguridad (...), nos demuestra que cualquier duda puede llegar a una solución luminosa más allá de cualquier incertidumbre (...) y porque las palabras que Jesús le dirige nos recuerdan el sentido verdadero de la fe madura y nos alientan a proseguir, a pesar de las dificultades, en nuestro camino de adhesión a su persona".

AG/TOMAS/... VIS 060927 (390)

jueves, septiembre 21, 2006

Dios es Amor. Base para el diálogo cultural y religioso.

El Dios amor de los cristianos:
Textos de Juan Pablo II

Nos amó tanto que entregó a su Hijo por nosotros en la Cruz: “La mayor prueba del amor de Dios se manifiesta en el hecho de que nos ama en nuestra condición humana, con nuestras debilidades. Ninguna otra razón puede explicar el misterio de la cruz”.

Dios ama a todos: “Dios ama a todos sin distinción y sin límites. Ama a aquellos de vosotros que sois ancianos, a quienes sentís el peso de los años. Ama a cuantos estáis enfermos, a cuantos sufrís de sida o de enfermedades relacionadas con el sida. Ama a los parientes y amigos de los enfermos, y a quienes los cuidan. Nos ama con un amor incondicional y eterno”.

Mis delicias son estar con los hijos de los hombres; Dios no quiere la muerte del hombre... “¿Puede acaso una mujer olvidarse de su pequeño, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría. El amor de Dios es tierno y misericordioso, paciente y lleno de compresión. En la Sagrada Escritura, así como en la memoria viva de la Iglesia, el amor de Dios es ciertamente descrito, y ha sido experimentado, como el amor compasivo de una madre”.

Dios cuida de sus hijos: “Cristo invita a sus oyentes a poner su esperanza en el cuidado amoroso del Padre: ´ No andéis preocupados por lo que comeréis o beberéis; no os preocupéis... Vuestro Padre sabe muy bien que tenéis necesidad de ello. Buscad, más bien, el reino de Dios ´.
La paz viene cuando aprendemos a descansar en la providencia amorosa de Dios, sabiendo que el deseo de este mundo pasa, y que solamente su reino perdura. Poner nuestro corazón en las cosas que duran es estar en paz con nosotros mismos”.

La definición más perfecta de Dios, la reconoce así Santo Tomás de Aquino: “Dios es amor. Por tanto, cada uno puede dirigirse a Él con la confianza de ser amado por Él”.

El amor de Dios es universal: “El amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos. Sólo pide disponibilidad y acogida; sólo exige un terreno humano para fecundar, hecho de conciencia honrada y de buena voluntad.

Eh ahí el Dios de los cristianos. Y esas son las bases del diálogo con culturas y religiones.

(Juan Pablo II; Orar, su pensamiento espiritual, Planeta Testimonio, Barcelona 2000)

miércoles, septiembre 13, 2006

NO ACTUAR SEGUN LA RAZON ES CONTRARIO A NATURALEZA DIVINA

Benedicto XVI afirma la congruencia intrínseca entre fe y razón

CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2006 (VIS).-A las 16,45, el Papa se trasladó a la Universidad de Ratisbona, para participar en un encuentro con representantes de la Ciencias. El ateneo fue inaugurado en 1965. Actualmente cuenta con 25.000 alumnos que estudian en doce facultades.

Tras haber enseñado teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en las Universidades de Bonn, Münster y Tubinga, Joseph Ratzinger fue titular de la cátedra de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona (1969-1971), de la que fue vicerrector.

En su largo discurso, el Santo Padre ofreció unas reflexiones sobre la relación entre fe y razón .

Benedicto XVI se preguntó si "la convicción de que no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios" es "sólo un pensamiento griego -de la filosofía griega- o es siempre válido". En este contexto recordó el caso de los que amenazan o usan la violencia para obligar a alguien a convertirse.

"Al final del Edad Media -recordó- en la teología se desarrollaron tendencias que rompen la síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano"; es el caso del voluntarismo. "La trascendencia y la diversidad de Dios se acentúan de modo tan exagerado, que también nuestra razón, nuestro sentido de lo verdadero y del bien dejan de ser un espejo de Dios, cuyas posibilidades ilimitadas siguen siendo para nosotros eternamente inalcanzables y se esconden tras sus decisiones efectivas".

El Papa aseguró que en contraste con este razonamiento, sabemos por la fe que "entre Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada existe una verdadera analogía, en la que las desigualdades son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero sin llegar al extremo de abolir la analogía y su lenguaje. (...) El Dios verdaderamente divino es aquel Dios que se ha mostrado como "logos" y ha actuado y actúa como "logos", lleno de amor por nosotros".

El encuentro entre fe bíblica y pensamiento griego, continuó, "es un dato de importancia decisiva no solo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también del de la historia universal. Por eso, no es sorprendente que el cristianismo, a pesar de su origen y de su importante desarrollo en Oriente, haya encontrado finalmente su huella históricamente decisiva en Europa. (...) Este encuentro, al que hay que añadir sucesivamente el patrimonio de Roma, ha creado Europa y sigue siendo el fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa".


Benedicto XVI afirmó que "a la tesis de que el patrimonio griego, críticamente purificado, es una parte integrante de la fe cristiana, se opone la des-helenización del cristianismo".

La des-helenización, dijo, "emerge antes que nada en conexión con los postulados fundamentales de la Reforma del siglo XVI". Posteriormente, con la teología liberal de los siglos XIX y XX, "se quiere volver a poner el cristianismo en armonía con la razón moderna, liberándolo de elementos aparentemente filosóficos y teológicos, como por ejemplo la fe en la divinidad de Cristo y en la trinidad de Dios".

El Santo Padre señaló que existe una "tercera ola de des-helenización que se difunde actualmente", según la cual "la síntesis de las culturas con el helenismo, que se realizó en la Iglesia antigua, sería una primera inculturación, que no debería vincular a las otras culturas. Estas deberían tener el derecho a volver atrás, hasta el momento que precedía aquella inculturación para volver a descubrir el mensaje sencillo del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus respectivos ambientes. Esta tesis no es simplemente errónea; es vulgar e imprecisa".


Tras poner de relieve que "hay que reconocer sin reservas lo que es válido en el desarrollo moderno del espíritu", el Papa dijo que también era necesario dominar las "amenazas que se derivan de las posibilidades del ser humano. Esto sólo es posible si razón y fe están unidas de un modo nuevo; si superamos la limitación de la razón a lo que es verificable en la experimentación, y abrimos a ella nuevamente toda su amplitud".


"Sólo de esta manera -añadió el Papa-, seremos capaces de un verdadero diálogo de las culturas y de las religiones -un diálogo del que tenemos una necesidad tan urgente-. En el mundo occidental domina la opinión de que sólo la razón positivista y las formas de filosofía que emergen de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo ven precisamente en esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón un ataque a sus convicciones más íntimas".


Benedicto XVI terminó subrayando que "el occidente está amenazado desde hace mucho tiempo por esta aversión contra los interrogantes fundamentales de su razón, y de este modo solamente puede sufrir un gran daño. La valentía de abrirse a la amplitud de la razón, y no el rechazo de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica, entra en el debate del tiempo presente".


Terminado el encuentro, el Papa se dirigió a la Catedral de Ratisbona o Catedral de San Pedro, que es famosa por el coro de voces blancas. El hermano del Papa, monseñor Georg Ratzinger, ha dirigido el coro durante veinte años y actualmente es director emérito.

PV-ALEMANIA/ENCUENTRO UNIVERSIDAD/RATISBONA VIS 060913 (880)

martes, septiembre 12, 2006

VULTUM TUUM REQUIRAM: PROCLAMAR EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

PROCLAMAR EL ROSTRO HUMANO DE DIOS


CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2006 (VIS).-Benedicto XVI se trasladó esta mañana desde el seminario mayor de San Wolfgang a la explanada de Islinger Feld en Ratisbona, donde presidió la Santa Misa y pronunció la homilía. El Papa agradeció todos los esfuerzos para que su visita saliera bien y afirmó que se sentía "algo confuso ante tanta bondad" y conmovido al saber que diversas personas y asociaciones habían trabajado para embellecer la casa y el jardín que compartía con sus hermanos antes de su ordenación episcopal.


"Nos hemos reunido para una fiesta de la fe -dijo el Santo Padre-. (...) Pero ¿en qué creemos y qué significa creer? La visión de la fe abarca cielo y tierra, el pasado, el presente, el futuro y la eternidad y por eso es inagotable. Y sin embargo, su núcleo es muy sencillo. El Señor habla con el Padre diciendo: "Has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños".


"Por su parte, la Iglesia -prosiguió el Papa-, nos ofrece una pequeña "Summa" donde está expresado todo lo esencial: es el llamado "Credo de los apóstoles" (...) y habla de Dios, creador y principio de todas las cosas, de Cristo y la obra de salvación hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna".


"La fe es sencilla -subrayó Benedicto XVI-, creemos en Dios, (...) en ese Dios que entra en relación con los seres humanos y es para nosotros origen y futuro. Así la fe es también esperanza y certeza de que tenemos un futuro y no caeremos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere contagiarnos. (...) El Credo no es un conjunto de sentencias, no es una teoría. Está anclado en el evento del Bautismo, (...) del encuentro entre Dios y el ser humano. (...) Sí, quien cree no está nunca solo. Dios nos sale al encuentro".


"Creemos en Dios. Esta es nuestra decisión de fondo", dijo el Santo Padre, recordando que desde el Iluminismo, parte de la ciencia quiere explicar un mundo "donde Dios sea superfluo (...) e inútil para nuestra vida. Pero cada vez que parece lograrlo, las cuentas no salen".


"¿Qué hay en el origen? -se preguntó Benedicto XVI-. ¿La razón creadora, el Espíritu que actúa y suscita el desarrollo o la Irracionalidad que, privada de cualquier razón, produce extrañamente un cosmos ordenado matemáticamente? (...) Los cristianos (...) creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón, no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, ni temor de encontrarnos en un callejón sin salida".


"Nosotros creemos en (...) ese Dios que es (...) razón creadora. La segunda parte del Credo nos dice aún más: Esa razón creadora es Bondad. Y Amor. Tiene un rostro. (...) Se nos ha mostrado como ser humano. (...) Hoy cuando conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón, la destrucción de la imagen de Dios a causa del odio y el fanatismo, es importante afirmar con claridad cual es el Dios en que creemos y profesar convencidos este rostro humano de Dios. Solo así nos libramos del miedo de Dios, un sentimiento del que, en definitiva nació el ateísmo moderno. (...) Sólo este Dios nos salva (...) del ansia frente al vacío de la existencia".

"La segunda parte del Credo concluye -dijo- con la perspectiva del Juicio Final. (...) ¿No es así como se nos inculca de nuevo el miedo? Pero ¿no deseamos todos que un día se haga justicia para los condenados injustamente, (...) para cuantos la muerte ha engullido tras una vida de dolor? ¿No deseamos que el exceso de injusticia y sufrimiento, que vemos en nuestra historia, se disipe al fin, que todos en definitiva sean felices y todo adquiera sentido?".


"Esta afirmación del derecho, -recalcó el Santo Padre- esta reunión de tantos fragmentos de la historia que parecen carecer de sentido, de modo que se integren en una totalidad donde dominen la verdad y el amor: esto es lo que se entiende con el concepto de Juicio del mundo".


"La fe no quiere inculcarnos miedo: pretende llamarnos a la responsabilidad. No debemos derrochar nuestra vida, ni vivirla solo para nosotros, no debemos permanecer indiferentes frente a la injusticia, siendo conniventes o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de cumplirla"


"Pero cuando la responsabilidad y la preocupación tienden a convertirse en miedo -concluyó el Papa- recordemos las palabras de San Juan: "Aunque el corazón nos reproche algo, Dios es más grande que nuestro corazón y conoce todo".

PV-ALEMANIA/MISA/RATISBONA-VIS 060912 (770)

Piedras preciosas

La Naturaleza puede ser modelada por el hombre, tanto para hacer de ella un jardín como un basurero. El jardín se construye si se aprovechan los recursos de manera racional, teniendo en cuenta la belleza, que es un reflejo de Dios.

Un ejemplo son los recursos minerales, que se encuentran en la Naturaleza, y que son tallados por el hombre para darles la belleza definitiva.

Una muestra es la relación de piedras preciosas que aparece en el Libro del Apocalipsis de San Juan.





El sentido religioso africano. Lo natural de creer en Dios.

Lo normal en África, creer en Dios.

Dice Kapuscisnki que en África el sentido de lo espiritual está siempre presente. Este pueblo enlaza todavía sin ambages en una visión naturalista de la vida; y, si bien, tienen muchas supersticiones, tienen una fe incuestionable en la existencia de los espíritus. Sus antepasados les acompañan siempre. También el culto a los antepasados es una riqueza de las culturas orientales. Sólo Occidente con su tentación de autosuficiencia se niega a plantearse algo más que la vida presente.

“La manera de pensar de los africanos, se revela como profundamente religiosa. “Croyez-vous en Dieu, monsieur?” Siempre esperaba esa pregunta, porque sabía que me la acabarían haciendo; me la han hecho tantas veces... Y sabía que el que me la hacía, a partir de ese momento me observaría con sumo cuidado, sin perderse el más leve gesto mío. Me daba perfecta cuenta de la importancia del momento y del sentido que éste entrañaba. También presentía que mi manera de responder sería decisiva para nuestras futuras relaciones, en cualquier caso, para la actitud que mi interlocutora adoptaría hacía mí, eso seguro. Y cuando le contestaba “Oui, je crois en Dieu” veía qué gran alivio se dibujaba en su rostro, cómo se descargaba en su interior la tensión e inquietud que acompañaban la escena, cómo este hecho lo hermanaba conmigo y permitía romper la barrera del color de la piel, del estatus y de la edad. Los africanos siempre han apreciado y gustado de unirse con el otro en ese plano de contacto tan distinto que a menudo se resiste a ser verbalizado y definido, pero cuya existencia y valor presienten todos, instintiva y espontáneamente”.

Yo creo que ahí los africanos nos dan una lección; el occidente escéptico por el decreto de unos “sabios” no tiene una razón fuerte para sus decisiones mas que el vivir cada vez con más comodidades; es como un cuto que engorda más y más hasta que le estalla el corazón. África, carente de muchísimas de nuestras comodidades, sabe al menos para qué está en el planeta, y una generación y otra se acompañan en la permanente presencia de los antepasados y de una creencia en Dios que es un principio de esperanza.

Occidente mira desde su “ilustración” y “ciencia” con la tristeza del que no tiene futuro porque no cree en nada, mientras que esos pueblos, desde su “sabiduría”, aunque en su “pobreza” pueden estallar en una alegría sincera porque creen en todo.

frid.

lunes, septiembre 11, 2006

El catolicismo: una opción positiva

El catolicismo: una opción positiva
Carta remitida por un amigo.


En preparación al viaje a su Baviera natal, el Papa Benedicto XVI, ahora en ella, en una entrevista televisiva realizada hace unos días en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo ha destacado que: "El catolicismo no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva",

El Santo Padre aprovechó una pregunta para resaltar que “el asunto fundamental es que debemos redescubrir a Dios, no a un Dios cualquiera, sino al Dios con el rostro humano, porque cuando vemos a Jesucristo vemos a Dios.

Y partiendo de esto debemos encontrar los caminos para encontrarnos en la familia, entre las generaciones y también entre las culturas y los pueblos, entre los caminos de la reconciliación y la convivencia pacifica en estemundo, y los caminos que conducen hacia el futuro”. Recomendaría profundizar en este pensamiento a todos aquellos que por ser un tópico o por falta de profundidad religiosa o por poca formación asimilan Iglesia católica con dogmas y catolicismo con prohibiciones. Y es que el catolicismo es una opción positiva y no un cúmulo de prohibiciones, podemos decir con Benedicto XVI.

Jesús Domingo Martínez

jueves, septiembre 07, 2006

San Felipe y Natanael



AUDIENCIA GENERAL DE BENEDICTO XVI

Miércoles 6 de septiembre de 2006

San Felipe y su diálogo con Natanael

Queridos hermanos y hermanas:

El apóstol Felipe, natural de Betsaida como Pedro y Andrés, nos manifiesta las características del verdadero testimonio cuando, en su diálogo con Natanael, no sólo le habla de Cristo, sino que le invita a conocerlo de cerca. En efecto, sólo podremos descubrir la identidad de Jesús en una relación de amistad con Él. En otras ocasiones podemos ver cómo Felipe gozaba de un cierto prestigio dentro del colegio apostólico. Así, con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús se dirige precisamente a este Apóstol, para tener una primera indicación sobre cómo resolver aquella necesidad. También, antes de la Pasión, algunos griegos se acercaron a Felipe porque querían ver a Jesús. Esto nos enseña a estar siempre dispuestos a acoger a los demás con sus inquietudes y a orientarlos hacia el Señor, el único que pude satisfacerlas en plenitud. En la última Cena, una pregunta de Felipe dio ocasión a Jesús para hacer una importante revelación sobre su persona, afirmando que: «quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». Es decir, de ahora en adelante, si de verdad queremos conocer el rostro de Dios, no tenemos más que contemplar el rostro de Jesús.

Juan el Vidente de Patmos




AUDIENCIA GENERAL DE BENEDICTO XVI

Miércoles 23 de agosto de 2006



Juan, el vidente de Patmos

Queridos hermanos y hermanas:

En la última catequesis meditamos en la figura del apóstol san Juan. Primero, tratamos de ver lo que se puede saber de su vida. Después, en una segunda catequesis, meditamos en el contenido central de su evangelio, de sus cartas: la caridad, el amor. Y hoy volvemos a ocuparnos de la figura de san Juan, esta vez considerándolo el vidente del Apocalipsis.

Ante todo, conviene hacer una observación: mientras que no aparece nunca su nombre ni en el cuarto evangelio ni en las cartas atribuidas a este apóstol, el Apocalipsis hace referencia al nombre de san Juan en cuatro ocasiones (cf. Ap 1, 1. 4. 9; 22, 8). Es evidente que el autor, por una parte, no tenía ningún motivo para ocultar su nombre y, por otra, sabía que sus primeros lectores podían identificarlo con precisión. Por lo demás, sabemos que, ya en el siglo III, los estudiosos discutían sobre la verdadera identidad del Juan del Apocalipsis. En cualquier caso, podríamos llamarlo también "el vidente de Patmos", pues su figura está unida al nombre de esta isla del mar Egeo, donde, según su mismo testimonio autobiográfico, se encontraba deportado "por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (Ap 1, 9).

Precisamente, en Patmos, "arrebatado en éxtasis el día del Señor" (Ap 1, 10), san Juan tuvo visiones grandiosas y escuchó mensajes extraordinarios, que influirán en gran medida en la historia de la Iglesia y en toda la cultura cristiana. Por ejemplo, del título de su libro, "Apocalipsis", "Revelación", proceden en nuestro lenguaje las palabras "apocalipsis" y "apocalíptico", que evocan, aunque de manera impropia, la idea de una catástrofe inminente.

El libro debe comprenderse en el contexto de la dramática experiencia de las siete Iglesias de Asia (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) que, a finales del siglo I, tuvieron que afrontar grandes dificultades -persecuciones y tensiones incluso internas- en su testimonio de Cristo. San Juan se dirige a ellas mostrando una profunda sensibilidad pastoral con respecto a los cristianos perseguidos, a quienes exhorta a permanecer firmes en la fe y a no identificarse con el mundo pagano, tan fuerte. Su objetivo consiste, en definitiva, en desvelar, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, el sentido de la historia humana.

En efecto, la primera y fundamental visión de san Juan atañe a la figura del Cordero que, a pesar de estar degollado, permanece en pie (cf. Ap 5, 6) en medio del trono en el que se sienta el mismo Dios. De este modo, san Juan quiere transmitirnos ante todo dos mensajes: el primero es que Jesús, aunque fue asesinado con un acto de violencia, en vez de quedar inerte en el suelo, paradójicamente se mantiene firme sobre sus pies, porque con la resurrección ha vencido definitivamente a la muerte; el segundo es que el mismo Jesús, precisamente por haber muerto y resucitado, ya participa plenamente del poder real y salvífico del Padre.

Esta es la visión fundamental. Jesús, el Hijo de Dios, en esta tierra es un Cordero indefenso, herido, muerto. Y, sin embargo, está en pie, firme, ante el trono de Dios y participa del poder divino. Tiene en sus manos la historia del mundo. De este modo, el vidente nos quiere decir: "Tened confianza en Jesús; no tengáis miedo de los poderes que se le oponen, de la persecución. El Cordero herido y muerto vence. Seguid al Cordero Jesús, confiad en Jesús; seguid su camino. Aunque en este mundo sólo parezca un Cordero débil, él es el vencedor".

Una de las principales visiones del Apocalipsis tiene por objeto este Cordero en el momento en el que abre un libro, que antes estaba sellado con siete sellos, que nadie era capaz de soltar. San Juan se presenta incluso llorando, porque nadie era digno de abrir el libro y de leerlo (cf. Ap 5, 4). La historia es indescifrable, incomprensible. Nadie puede leerla. Quizá este llanto de san Juan ante el misterio tan oscuro de la historia expresa el desconcierto de las Iglesias asiáticas por el silencio de Dios ante las persecuciones a las que estaban sometidas en ese momento. Es un desconcierto en el que puede reflejarse muy bien nuestra sorpresa ante las graves dificultades, incomprensiones y hostilidades que también hoy sufre la Iglesia en varias partes del mundo. Son sufrimientos que ciertamente la Iglesia no se merece, como tampoco Jesús se mereció el suplicio. Ahora bien, revelan la maldad del hombre, cuando se deja llevar por las sugestiones del mal, y la dirección superior de los acontecimientos por parte de Dios.

Pues bien, sólo el Cordero inmolado es capaz de abrir el libro sellado y de revelar su contenido, de dar sentido a esta historia, que con tanta frecuencia parece absurda. Sólo él puede sacar lecciones y enseñanzas para la vida de los cristianos, a quienes su victoria sobre la muerte anuncia y garantiza la victoria que ellos también alcanzarán, sin duda. Todo el lenguaje que utiliza san Juan, con intensas imágenes, está orientado a brindar este consuelo.

Entre las visiones que presenta el Apocalipsis se encuentran dos muy significativas: la de la Mujer que da a luz un Hijo varón, y la complementaria del Dragón, arrojado de los cielos pero todavía muy poderoso. Esta Mujer representa a María, la Madre del Redentor, pero a la vez representa a toda la Iglesia, el pueblo de Dios de todos los tiempos, la Iglesia que en todos los tiempos, con gran dolor, da a luz a Cristo siempre de nuevo. Y siempre está amenazada por el poder del Dragón. Parece indefensa, débil. Pero, mientras está amenazada y perseguida por el Dragón, también está protegida por el consuelo de Dios. Y esta Mujer al final vence. No vence el Dragón. Esta es la gran profecía de este libro, que nos infunde confianza. La Mujer que sufre en la historia, la Iglesia que es perseguida, al final se presenta como la Esposa espléndida, imagen de la nueva Jerusalén, en la que ya no hay lágrimas ni llanto, imagen del mundo transformado, del nuevo mundo cuya luz es el mismo Dios, cuya lámpara es el Cordero.

Por este motivo, el Apocalipsis de san Juan, aunque continuamente haga referencia a sufrimientos, tribulaciones y llanto -la cara oscura de la historia-, al mismo tiempo contiene frecuentes cantos de alabanza, que representan por así decir la cara luminosa de la historia. Por ejemplo, habla de una muchedumbre inmensa que canta casi a gritos: "¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado" (Ap 19, 6-7). Nos encontramos aquí ante la típica paradoja cristiana, según la cual el sufrimiento nunca se percibe como la última palabra, sino que se ve como un momento de paso hacia la felicidad; más aún, el sufrimiento ya está impregnado misteriosamente de la alegría que brota de la esperanza.

Precisamente por esto, san Juan, el vidente de Patmos, puede concluir su libro con un último deseo, impregnado de ardiente esperanza. Invoca la definitiva venida del Señor: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). Es una de las plegarias centrales de la Iglesia naciente, que también san Pablo utiliza en su forma aramea: "Marana tha". Esta plegaria, "¡Ven, Señor nuestro!" (1 Co 16, 22) tiene varias dimensiones. Desde luego, implica ante todo la espera de la victoria definitiva del Señor, de la nueva Jerusalén, del Señor que viene y transforma el mundo. Pero, al mismo tiempo, es también una oración eucarística: "¡Ven, Jesús, ahora!". Y Jesús viene, anticipa su llegada definitiva. De este modo, con alegría, decimos al mismo tiempo: "¡Ven ahora y ven de manera definitiva!". Esta oración tiene también un tercer significado: "Ya has venido, Señor. Estamos seguros de tu presencia entre nosotros. Para nosotros es una experiencia gozosa. Pero, ¡ven de manera definitiva!". Así, con san Pablo, con el vidente de Patmos, con la cristiandad naciente, oremos también nosotros: "¡Ven, Jesús! ¡Ven y transforma el mundo! ¡Ven ya, hoy, y que triunfe la paz!". Amén.

Juan el Teólogo


AUDIENCIA GENERAL DE BENEDICTO Xvi
Miércoles 9 de agosto de 2006



Juan, el teólogo

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de las vacaciones comencé a esbozar pequeños retratos de los doce Apóstoles. Los Apóstoles eran compañeros de camino de Jesús, amigos de Jesús, y su camino con Jesús no era sólo un camino exterior, desde Galilea hasta Jerusalén, sino un camino interior, en el que aprendieron la fe en Jesucristo, no sin dificultad, pues eran hombres como nosotros. Pero precisamente por eso, porque eran compañeros de camino de Jesús, amigos de Jesús que en un camino no fácil aprendieron la fe, son también para nosotros guías que nos ayudan a conocer a Jesucristo, a amarlo y a tener fe en él.

Ya he hablado de cuatro de los doce Apóstoles: de Simón Pedro, de su hermano Andrés, de Santiago, el hermano de Juan, y del otro Santiago, llamado "el Menor", el cual escribió una carta que forma parte del Nuevo Testamento. Y comencé a hablar de san Juan evangelista, exponiendo en la última catequesis antes de las vacaciones los datos esenciales que trazan las fisonomía de este Apóstol. Ahora quisiera centrar la atención en el contenido de su enseñanza. Los escritos de los que quiero hablar hoy son el Evangelio y las cartas que llevan su nombre.

Un tema característico de los escritos de san Juan es el amor. Por esta razón decidí comenzar mi primera carta encíclica con las palabras de este Apóstol: "Dios es amor (Deus caritas est) y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 16). Es muy difícil encontrar textos semejantes en otras religiones. Por tanto, esas expresiones nos sitúan ante un dato realmente peculiar del cristianismo.

Ciertamente, Juan no es el único autor de los orígenes cristianos que habla del amor. Dado que el amor es un elemento esencial del cristianismo, todos los escritores del Nuevo Testamento hablan de él, aunque con diversos matices. Pero, si ahora nos detenemos a reflexionar sobre este tema en san Juan, es porque trazó con insistencia y de manera incisiva sus líneas principales. Así pues, reflexionaremos sobre sus palabras.

Desde luego, una cosa es segura: san Juan no hace un tratado abstracto, filosófico, o incluso teológico, sobre lo que es el amor. No, él no es un teórico. En efecto, el verdadero amor, por su naturaleza, nunca es puramente especulativo, sino que hace referencia directa, concreta y verificable, a personas reales. Pues bien, san Juan, como Apóstol y amigo de Jesús, nos muestra cuáles son los componentes, o mejor, las fases del amor cristiano, un movimiento caracterizado por tres momentos.

El primero atañe a la Fuente misma del amor, que el Apóstol sitúa en Dios, llegando a afirmar, como hemos escuchado, que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. 16). Juan es el único autor del Nuevo Testamento que nos da una especie de definición de Dios. Dice, por ejemplo, que "Dios es Espíritu" (Jn 4, 24) o que "Dios es luz" (1 Jn 1, 5). Aquí proclama con profunda intuición que "Dios es amor". Conviene notar que no afirma simplemente que "Dios ama" y mucho menos que "el amor es Dios". En otras palabras, Juan no se limita a describir la actividad divina, sino que va hasta sus raíces.

Además, no quiere atribuir una cualidad divina a un amor genérico y quizá impersonal; no sube desde el amor hasta Dios, sino que va directamente a Dios, para definir su naturaleza con la dimensión infinita del amor. De esta forma san Juan quiere decir que el elemento esencial constitutivo de Dios es el amor y, por tanto, que toda la actividad de Dios nace del amor y está marcada por el amor: todo lo que hace Dios, lo hace por amor y con amor, aunque no siempre podamos entender inmediatamente que eso es amor, el verdadero amor.

Ahora bien, al llegar a este punto, es indispensable dar un paso más y precisar que Dios ha demostrado concretamente su amor al entrar en la historia humana mediante la persona de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros. Este es el segundo momento constitutivo del amor de Dios. No se limitó a declaraciones orales, sino que —podemos decir— se comprometió de verdad y "pagó" personalmente. Como escribe precisamente san Juan, "tanto amó Dios al mundo, —a todos nosotros— que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16). Así, el amor de Dios a los hombres se hace concreto y se manifiesta en el amor de Jesús mismo.

San Juan escribe también: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). En virtud de este amor oblativo y total, nosotros hemos sido radicalmente rescatados del pecado, como escribe asimismo san Juan: "Hijos míos, (...) si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1 Jn 2, 1-2; cf. 1 Jn 1, 7).

El amor de Jesús por nosotros ha llegado hasta el derramamiento de su sangre por nuestra salvación. El cristiano, al contemplar este "exceso" de amor, no puede por menos de preguntarse cuál ha de ser su respuesta. Y creo que cada uno de nosotros debe preguntárselo siempre de nuevo.

Esta pregunta nos introduce en el tercer momento de la dinámica del amor: al ser destinatarios de un amor que nos precede y supera, estamos llamados al compromiso de una respuesta activa, que para ser adecuada ha de ser una respuesta de amor. San Juan habla de un "mandamiento". En efecto, refiere estas palabras de Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).

¿Dónde está la novedad a la que se refiere Jesús? Radica en el hecho de que él no se contenta con repetir lo que ya había exigido el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19, 18; cf. Mt 22, 37-39; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre ("como a ti mismo"), mientras que, en el mandamiento referido por san Juan, Jesús presenta como motivo y norma de nuestro amor su misma persona: "Como yo os he amado".

Así el amor resulta de verdad cristiano, llevando en sí la novedad del cristianismo, tanto en el sentido de que debe dirigirse a todos sin distinciones, como especialmente en el sentido de que debe llegar hasta sus últimas consecuencias, pues no tiene otra medida que el no tener medida.

Las palabras de Jesús "como yo os he amado" nos invitan y a la vez nos inquietan; son una meta cristológica que puede parecer inalcanzable, pero al mismo tiempo son un estímulo que no nos permite contentarnos con lo que ya hemos realizado. No nos permite contentarnos con lo que somos, sino que nos impulsa a seguir caminando hacia esa meta.

Ese áureo texto de espiritualidad que es el librito de la tardía Edad Media titulado La imitación de Cristo escribe al respecto: "El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana (...), porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien" (libro III, cap. 5).

¿Qué mejor comentario del "mandamiento nuevo", del que habla san Juan? Pidamos al Padre que lo vivamos, aunque sea siempre de modo imperfecto, tan intensamente que contagiemos a las personas con quienes nos encontramos en nuestro camino.

Sobre Felipe Apóstol


FELIPE: ORIENTAR A CRISTO LAS INQUIETUDES DE LA HUMANIDAD

CIUDAD DEL VATICANO, 6 SEP 2006 (VIS).-Benedicto XVI prosiguió hoy durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro la catequesis sobre los apóstoles, dedicándola esta vez a Felipe. Participaron en la audiencia 25.000 personas.

"Felipe, natural de Betsaida, como Pedro y Andrés -dijo el Papa- (...) era uno de los primeros apóstoles" y "nos manifiesta las características del verdadero testimonio" cuando en su diálogo con Natanael no sólo le habla de Cristo, sino que "le invita a experimentar personalmente cuanto le ha dicho".

"El apóstol nos insta a conocer a Jesús de cerca", agregó recordando que como escribe San Marcos, Jesús eligió a los doce para que "estuvieran con él, es decir, para que compartiesen su vida y aprendieran directamente de Èl, no sólo el estilo de su comportamiento, sino sobre todo quien era realmente. (...) La intimidad, la familiaridad, la costumbre nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. Esto es cuanto nos recuerda el apóstol Felipe".

Con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús se dirige precisamente a Felipe para solucionar el problema de cómo dar de comer a la multitud que lo seguía, y también antes de la Pasión, algunos griegos se acercan a Felipe porque quieren ver a Jesús. En ambos casos, el apóstol asume la figura de un "intermediario (...) que nos enseña a estar siempre listos tanto para acoger las preguntas y exigencias (...) cualquiera que sea su procedencia, como para orientarlas hacia el Señor, el único que puede satisfacerlas en plenitud".

También en la Ultima Cena, Felipe es quien pide a Jesús que les muestre al Padre y Cristo responde: "quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". "Para expresarnos según la paradoja de la Encarnación -observó el Santo Padre- podemos afirmar que Dios ha asumido un rostro humano, el de Jesús, y en consecuencia (...) si queremos contemplar realmente el rostro de Dios, no tenemos más que contemplar el rostro de Jesús".

"La meta a la que tiende nuestra vida -concluyó el Papa- es encontrar a Jesús como lo encontró Felipe, intentando ver en Èl al Padre celestial. Si faltase este empeño, nos encontraríamos sólo con nosotros, como en un espejo. Felipe nos invita en cambio a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con El y a compartir esta compañía indispensable".

Finalizada la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en diversas lenguas y recordó especialmente su próximo viaje a Alemania. "Doy gracias a Dios -dijo.- por la oportunidad que me ofrece de visitar por primera vez, después de mi elección como obispo de Roma, mi tierra natal, Baviera". Benedicto XVI pidió oraciones por su viaje y confió su visita a la Virgen María para que obtuviera "para el pueblo alemán una primavera de fe renovada y de progreso civil".

VIS 060906 (470)