Curiosa paradoja: ante cualquier poder humano de la tierra estamos tensos y despiertos cuando nos recibe en audiencia. Ante Dios Todopoderoso, nos presentamos con sueños y bostezos. Debe amarnos mucho Dios porque aún así nos escucha y nos concede lo que le pedimos.
Dice Tomás Moro en La Agonía de Cristo, ahondando en la paradoja de nuestro estado de ánimo al orar: “Imaginad, si queréis, que habéis cometido un crimen de alta traición contra un príncipe o contra alguien que tiene vuestra vida en sus manos, pero tan misericordioso que está dispuesto a calmar su indignación si os ve arrepentidos y en actitud de humilde súplica. Imaginad que está decidido a conmutar la sentencia de muerte por una multa, o incluso, a perdonar del todo la ofensa con la sola condición de que le mostréis indicios convincentes de vergüenza y dolor. Suponed ahora que, llevados ante la presencia del príncipe, os adelantáis y empezáis a hablar descuidadamente, sin interés alguno, como a quien no le importa nada lo que pasa; mientras él está quieto en su sitio y escucha con atención, vosotros os movéis paseando de aquí para allá mientras exponéis vuestra situación. Cansados de deambular os sentáis en una silla; o si la cortesía y educación exige que os rebajéis y arrodilléis en el suelo, mandáis primero que alguien venga y coloque un buen almohadón bajo las rodillas; o mejor todavía, le pedís que traiga un reclinatorio con más almohadillas para que apoyéis los codos. Luego empezáis a bostezar, a desperezaros, a estornudar, y a escupir y eructar, sin más cuidado, los vapores de la glotonería. En fin, comportaros de tal modo que pueda el príncipe ver con claridad en vuestro rostro, en vuestra voz, en vuestros gestos y en todo vuestro porte corporal que mientras a él os dirigís estáis con la cabeza en cosa y asunto muy distinto. Decidme: ¿qué de bueno podéis esperar de tal modo de rogar?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario