Cuando Cristo siente angustia, suda sangre e implora a su Padre: “si es posible, aparta de mí este cáliz” está dando fortaleza a los débiles, a aquellos que sentimos el miedo y lo tenemos que superar.
Así dice Tomás Moro en “La agonía de Cristo”: “No quiso (Cristo) que sus discípulos no rechazaran nunca la muerte, sino, más bien, que nunca huyeran por miedo de aquella muerte “temporal”, que no dudará mucho, para ir a caer, al renegar de la fe, en la muerte eterna. Quería que los cristianos fuesen soldados fuertes y prudentes, no tontos e insensatos. El hombre fuerte aguanta y resiste los golpes, el insensato ni los siente siquiera. Sólo un loco no teme las heridas, mientras que el prudente no permite que el miedo al sufrimiento le separe jamás de una conducta noble y santa. Sería escapar de unos dolores de poca monta para ir a caer en otros mucho más dolorosos y amargos.
(...) Parece como si Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarte con vivísima voz:
Ten valor, tú que eres débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al mundo, y al pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento. Deja que el hombre fuerte tenga como modelo mártires magnánimos, de gran valor y presencia de ánimo. Deja que se llene de alegría imitándolos. Tú, temeroso y enfermizo, tómame a Mí como modelo”.
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