De Aragón Liberal
Nunca será atractivo movilizar a la población de un país para hacer un "apagón" y que reine la oscuridad, por muchas motivaciones ecológicas que se aduzcan.
Los cristianos hoy se han movilizado y encendido todos (todos los que han ido a la Santa Misa) una vela, celebrando la fiesta de la Candelaria. Y esa luz nos ha hecho mucho bien. El signo es atractivo, la luz vence las tinieblas. Con la luz se ven los contornos, los seres queridos, la naturaleza creada por Dios, y se trabaja, se juega. En dos palabras: luz y vida.
La luz es símbolo de la Vida, de Cristo que vino a iluminar el mundo. Y realmente hace falta que nos ilumine porque nos estamos olvidando incluso de lo que es el hombre, un hijo de Dios, una criatura formada a "su imágen u semejanza", un "ser irrepetible", "amado por sí mismo", cuya conciencia es personal e intransferible, y que encierra en su ser ríos enormes de ternura.
El hombre, cada hombre individual: un ser amable y capaz de amar. Y se le debe dar la posibilidad de hacerlo. Dios no ha adelantado la muerte a los malvados; todos tienen una oportunidad. Elije la Vida para que vivas.
Hoy celebramos la Virgen de la Candelaria. Ella, nuestra Madre, nos presenta a su Hijo. Seamos como Simeón y Ana y veamos, con la luz (no con el apagón) que Él tiene "palabras de Vida Eterna".
frid
Fiesta de la Candelaria
Esta fiesta ya se celebraba en Jerusalén en el siglo IV.
La festividad de hoy, de la que tenemos el primer testimonio en el siglo IV en Jerusalén, se llamaba hasta la última reforma del calendario, fiesta de la Purificación de la Virgen María, en recuerdo del episodio de la Sagrada Familia, que nos narra San Lucas en el capitulo 2 de su Evangelio. Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, para ofrecer su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. La reforma litúrgica de 1960 y 1969 restituyó a la celebración el título de "presentación del Señor" que tenía al principio: la oferta de Jesús al Padre, en el Templo de Jerusalén, es un preludio de su oferta sacrifical sobre la cruz.
Este acto de obediencia a un rito legal, al que no estaban obligados ni Jesús ni María, constituye una lección de humildad, como coronación de la meditación anual sobre el gran misterio navideño, en el que el Hijo de Dios y su divina Madre se nos presentan en el cuadro conmovedor y doloroso del pesebre, esto es, en la extrema pobreza de los pobres, de los perseguidos, de los desterrados.
El encuentro del Señor con Simeón y Ana en el Templo acentúa el aspecto sacrifical de la celebración y la comunión personal de María con el sacrificio de Cristo, pues cuarenta días después de su divina maternidad la profecía de Simeón le hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: "Una espada te atravesará el alma": María, gracias a su íntima unión con la persona de Cristo, queda asociada al sacrificio del Hijo. No maravilla, por tanto, que a la fiesta de hoy se le haya dada en otro tiempo mucha importancia, tanto que el emperador Justiniano decretó el 2 de febrero día festivo en todo el imperio de Oriente.
Roma adoptó la festividad a mediados del siglo VII, y el Papa Sergio I (687-701) instituyó la más antigua de las procesiones penitenciales romanas, que salía de la iglesia de San Adriano y terminaba en Santa María Mayor. El rito de la bendición de los cirios, del que ya se tiene testimonio en el siglo X, se inspire en las palabras de Simeón: "Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones". Y de este rito significativo viene también el nombre popular de esta fiesta: la así llamada fiesta de la "candelaria".
Los cristianos hoy se han movilizado y encendido todos (todos los que han ido a la Santa Misa) una vela, celebrando la fiesta de la Candelaria. Y esa luz nos ha hecho mucho bien. El signo es atractivo, la luz vence las tinieblas. Con la luz se ven los contornos, los seres queridos, la naturaleza creada por Dios, y se trabaja, se juega. En dos palabras: luz y vida.
La luz es símbolo de la Vida, de Cristo que vino a iluminar el mundo. Y realmente hace falta que nos ilumine porque nos estamos olvidando incluso de lo que es el hombre, un hijo de Dios, una criatura formada a "su imágen u semejanza", un "ser irrepetible", "amado por sí mismo", cuya conciencia es personal e intransferible, y que encierra en su ser ríos enormes de ternura.
El hombre, cada hombre individual: un ser amable y capaz de amar. Y se le debe dar la posibilidad de hacerlo. Dios no ha adelantado la muerte a los malvados; todos tienen una oportunidad. Elije la Vida para que vivas.
Hoy celebramos la Virgen de la Candelaria. Ella, nuestra Madre, nos presenta a su Hijo. Seamos como Simeón y Ana y veamos, con la luz (no con el apagón) que Él tiene "palabras de Vida Eterna".
frid
Fiesta de la Candelaria
Esta fiesta ya se celebraba en Jerusalén en el siglo IV.
La festividad de hoy, de la que tenemos el primer testimonio en el siglo IV en Jerusalén, se llamaba hasta la última reforma del calendario, fiesta de la Purificación de la Virgen María, en recuerdo del episodio de la Sagrada Familia, que nos narra San Lucas en el capitulo 2 de su Evangelio. Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, para ofrecer su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. La reforma litúrgica de 1960 y 1969 restituyó a la celebración el título de "presentación del Señor" que tenía al principio: la oferta de Jesús al Padre, en el Templo de Jerusalén, es un preludio de su oferta sacrifical sobre la cruz.
Este acto de obediencia a un rito legal, al que no estaban obligados ni Jesús ni María, constituye una lección de humildad, como coronación de la meditación anual sobre el gran misterio navideño, en el que el Hijo de Dios y su divina Madre se nos presentan en el cuadro conmovedor y doloroso del pesebre, esto es, en la extrema pobreza de los pobres, de los perseguidos, de los desterrados.
El encuentro del Señor con Simeón y Ana en el Templo acentúa el aspecto sacrifical de la celebración y la comunión personal de María con el sacrificio de Cristo, pues cuarenta días después de su divina maternidad la profecía de Simeón le hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: "Una espada te atravesará el alma": María, gracias a su íntima unión con la persona de Cristo, queda asociada al sacrificio del Hijo. No maravilla, por tanto, que a la fiesta de hoy se le haya dada en otro tiempo mucha importancia, tanto que el emperador Justiniano decretó el 2 de febrero día festivo en todo el imperio de Oriente.
Roma adoptó la festividad a mediados del siglo VII, y el Papa Sergio I (687-701) instituyó la más antigua de las procesiones penitenciales romanas, que salía de la iglesia de San Adriano y terminaba en Santa María Mayor. El rito de la bendición de los cirios, del que ya se tiene testimonio en el siglo X, se inspire en las palabras de Simeón: "Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones". Y de este rito significativo viene también el nombre popular de esta fiesta: la así llamada fiesta de la "candelaria".
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