Junio de 1936, Madrid republicano. Una familia numerosa que vive en una calle del barrio de Salamanca va saliendo adelante. El padre, militar retirado, se gana la vida como Aparejador y el hogar goza de una cierta tranquilidad económica aunque va de zozobra en zozobra. Se sostienen porque son personas de fe y de buen humor y nada conformistas.
El padre ha puesto su experiencia a servicio de una noble causa, aunque se juega la vida, recibe avisos de bombas y va a desactivarles. Se entiende que esas bombas estaban bien orientadas: a Iglesias y conventos, no yerran el tino los elementos descontrolados.
Y esos elementos, paladines de la república, con la aquiescencia del gobierno, forman piquetes para asaltar y quemar Iglesias y conventos. Consecuencia, el hijo mayor de esa pacífica familia se ve obligado a formar, con otros, grupos de guardia para defender los edificios que el gobierno debería proteger. Pero "una sola Iglesia no vale la vida de un solo republicano", y el caos impera coartando más y más la libertad de una parte importante de españoles.
Un aviso, la portera, perteneciente a grupos comunistas, es ante todo persona y tiene afecto a los inquilinos, que no propietarios del edificio, a esos terratenientes que sólo tienen un hogar alquilado y el fruto de su trabajo. "Mañana van a venir por ustedes, osea que hagan algo".
Actuación de urgencia; por confianza se le dejan a la portera los pocos objetos de valor y las imágenes religiosas de la casa. Lo que se puede llevar en un bolso se lleva, lo que se pueda portar a mano también, y, por si acaso, las hijas pequeñas, escondidas en las medias, llevan la posible defensa en caso necesario.
Cuando van a la estación de tren, porque no tienen vehículo propio, se dan cuenta que han dejado en la puerta de la casa una medalla del Sagrado Corazón de Jesús. No hay tiempo de volver y le confían que cuide la casa.
Salen de Madrid en el último tren. El alzamiento les coge por un día fuera de Madrid y en ruta camino de Palencia, donde esperan ser acogidos por parientes y amigos, que en el otro pueblo que pensaban la mujer insiste que no vayan, que ahí hay mucha envidia y odio acumulado.
Termina la contienda. La vuelta y ¡oh sorpresa!, el medallón del Sagrado Corazón les estaba esperando. Yo diría que les sonríe con la misión cumplida.
Ciertamente la vivienda fue cuartel del Madrid en guerra, lo testimonian los fusiles y municiones que dejaron ahí los milicianos. Pocos destrozos hay en la casa que, pronto, puede volver a ser habitable.
El padre pasa unos días dando testimonios positivos de la portera y otras personas para salvar vidas, porque eso entiende que aprendió de su vida cristiana: perdonar y amar incluso al que te hizo o procuró mal.
Personas como él hicieron posible que surgieran los artífices de la transición democrática y la Constitución de la Concordia.
Que no se repita la historia, y hagamos una España de todos, en la que los creyentes en Dios no nos veamos amenazados, y nos dejen educar a nuestros hijos en esos valores sin miedos y en libertad. A eso tenemos derecho.
jueves, junio 22, 2006
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