martes, agosto 04, 2009

ARS: EL ECO DE UN ESPÍRITU

 

 

Los que no entendemos, nos dejamos deslumbrar por la bisutería y aceptamos con más agrado el brillo de lo aparente que la calidad de lo auténtico y permanente. Somos así por lo inmediato de nuestro punto de vista y lo contingente de nuestro proceder. Estamos necesitados de ayuda.

Es ésta la primera y la sencilla reflexión que me sugiere la festividad de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, un siglo y medio después de su muerte. Una persona que habría pasado total y absolutamente desapercibida, ya que no disponía de cualidades físicas o intelectuales como son las que suelen adornan a los líderes, los conductores de masas, al gusto de la época. Y es que, para lo eterno, lo coyuntural no existe. Fue su ardiente corazón el que estalló en su pecho, cimbreando a toda Francia; el de un hombre humilde y sencillo que supo amar de verdad.

Fueron momentos de recuperar el espíritu de la Contrarreforma, para que las aguas evangélicas volvieran a su cauce en una Europa aún cristiana pero desorientada por los vaivenes a los que siempre nos someten los poderosos, con el fin de conservar su hegemonía; saltándose, para ello, lo divino y lo humano. Fueron los momentos del positivismo sociológico y el inicio de un relativismo intelectual que intentará, como también sucede ahora, evitar esa recuperación.

Juan María fue el hombre de la fe, ampliada y depurada por una entrega permanente que, al modo de Abraham, se fió siempre de Dios, aunque todo se le revolviera a su paso. Él luchó en todos los frentes hasta el límite, comenzando por hacer caso omiso a sus propias limitaciones. Un estudiante ramplón que no bebería tanto de los libros como de los raudales de sabiduría que le llegaran del Sagrario. Lo que, salvando las diferencias, le hiciera al sí capacitado Santo Tomás de Aquino desarrollar la Suma Teología. El Cura de Ars la experimentó dentro del corazón de Cristo y la llevó a flor de piel, desde la vida sacramental, en sus pequeñas acciones pastorales.

Ars que tan sólo era un villorrio rural, se convirtió, con su constancia y especial dedicación a cada una de las ovejas de aquel pequeño rebaño, en una cátedra de ámbito nacional que ya hubiese querido para sí la propia Sorbonne de París. Maestro de vida, es hoy el prototipo y el espejo en el que se debe contemplar el sacerdocio ministerial (presbiteriado) y el sacerdocio real que hemos de ejercer todos los fieles con una vida de fe coherente, por mucho que nos enrede el Otro y se camufle de bienestar. Una bagatela frente al auténtico bien, el que nunca se acaba.

Javier Peña Vázquez  *  Málaga

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